(M.Nazaret es mi anterior nick de blogger, pero mi antiguo blog no me gustaba ya, así que con este quise empezar desde cero)
Y ahora, sin más dilación... ¡A leer! :)
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Madres y padres apresuraos
a
vuestros hijos e hijas esconded
bajo
llave encerradlos y no les dejéis escuchar
que el Circo ya ha llegado
y en
lo profundo del bosque sus carpas han posado...
Aun no conseguía
entender el revuelo que ante sus ojos marrones se alzaba. Parada en
medio de la acera, con su bufanda agitándose por el húmedo viento
de Septiembre, y el frío colándosele por los agujeros de su gorro
de lana observaba con curiosidad como el color monótono y sombrío
de la calle se veía sustituido por una gran explosión de colores
brillantes y llamativos, una música vivaz llegaba a sus oídos con
intensidad; trompetas, flautas y tambores creaban en conjunto una
armonía que invitaba incluso a los muertos a alzarse de sus tumbas y
ponerse a bailar rebosantes de vida y de alegría junto a todos
aquellos artistas que, vestidos con los trajes más extravagantes que
podáis imaginar, anunciaban a voces su llegada.
- ¡Vengan
todos! ¡Acérquense! ¡El Gran y Maravilloso Circo de la Luna ha
llegado a la ciudad! ¡Esta noche, en el bosque! ¡Venid y disfrutad
del más irreal y fantástico espectáculo que vuestros ojos jamás
observarán!
Mas esa alegría no
parecía contagiar a todos los espectadores de aquella cabalgata que
avanzaba lenta y exultante por las tranquilas calles del pacífico
pueblo de Gray Forest.
Las personas que
junto a ella se habían detenido a observar aquel curioso espectáculo
mostraban en sus pálidos rostros la más pura expresión de terror
que jamás ella recordara haber visto grabada en la cara de alguien,
sus facciones se contraían cada vez más conforme el Circo seguía
su recorrido impasible a las reacciones que provocaba a su paso.
Por el contrario
los niños allí presentes admiraban maravillados a aquel hombre
rechoncho, de pequeña estatura y con un gran y espeso bigote negro
adornando su redonda y morena cara, que traía tras de sí un séquito
de contorsionistas, payasos, traga sables y demás personajes de lo
más variopintos.
- ¿Podemos ir,
mamá?¿Podemos? - preguntaban suplicantes, con ojos ilusionados.
La mueca de horror
de sus madres ante tales palabras era indescriptible, y como
respuesta a sus preguntas los niños se veían arrastrados por sus
madres, padres o hermanos mayores hasta el interior de sus casas con
paso apresurado. Y así, poco a poco la calle se fue quedando vacía,
salvo por el infatigable Circo, y ella, que, como no tenía a nadie
que la llevara a casa corriendo tapándole los ojos y las orejas no
pudo hacer otra cosa que mirar absorta como los malabaristas pasaban
por delante de ella, lanzando al aire y recogiendo sin parar varias
antorchas en llamas, que provocaban en sus rostros reflejos
anaranjados.
Dio un paso atrás,
temiendo que una de esas antorchas pudiera resbalárseles de las
manos y acabara sobre ella.
Uno de sus largos
mechones castaños se le fue a la cara a causa del viento, intentó
apartárselo, pero se lo impidieron unas pequeñas y frágiles manos
que con fingida delicadeza se lo colocaron tras la oreja.
La
mujer que se encontraba ante ella le sacaba apenas unos pocos
centímetros, una nube de rizos rojos como el fuego enmarcaban un
rostro fino y lleno de pecas que le daba a la joven mujer un aire
infantil, llevaba los labios pintados de rojo sangre, y estos estaban
arqueados formando una sonrisa demasiado forzada, como si alguien la
estuviera obligando a sonreir tirando de ambos lados de su cara,
resultaba siniestro, y sus ojos verdes, rodeados de una espesa capa
de pestañas del mismo color que su cabello eran hermosos a primera
vista, pero si profundizabas en ellos, te dabas cuenta de que algo
faltaba, no había en ellos esa chispa de vida. Estaban opacos,
vacíos. Sin vida. Como los ojos de una muñeca. Llevaba puesto un
mono brillante de color verde como sus ojos, que se ajustaba
perfectamente a su cuerpo, como si fuera una segunda piel. En la mano
llevaba un papel que le tendió a la joven con una pequeña
reverencia.
- Aquí tienes
una entrada para nuestro espectáculo, mi querida Rose – la mujer
tenía la voz muy aguda, casi como la de un niño y al hablar
arrastraba mucho la “S”. A Rose le recordó al sonido que hace
una serpiente, antes de devorar a su presa - El Maestro está
deseando que presenciéis su actuación. Lleva esperándola mucho
tiempo, señorita.
- Yo... ¿Cómo conocéis mi nombre? - la voz de Rose salió como un susurro, una exhalación, las palabras de la mujer la habían despertado del pequeño trance en el que se había visto sumida. Se fijó en la entrada que esta sostenía y la agarró con cuidado. Su mano temblaba, aunque no sabía si por el frío o por la extraña sensación de inquietud que esa mujer despertaba en ella.
La mujer de
cabellos rojos como el mismo infierno y ojos de esmeralda haciendo
caso omiso a la pregunta de la joven Rose empezó a alejarse de allí
para seguir acompañando al resto de sus compañeros que ya avanzaban
calle abajo, pero antes de marchar, le susurró algo al oído:
- Procura ser
puntual. Al Maestro no le gusta que le hagan esperar. Y por ti ha
estado esperando ya demasiado tiempo...
No entendía nada.
Absolutamente nada. ¿Qué era lo que acababa de suceder? De pie,
inmóvil, situada en el mismo lugar donde en un primer momento había
sido atraída por la curiosidad, no pudo evitar detallar aquel
desgastado trozo de papel que aferraba entre sus desnudas manos.
Su tacto era suave,
tenía impreso en grandes letras doradas el nombre del circo, bajo
las cuales la imagen de una preciosa luna llena se fundía con el
rostro de un joven de alborotada cabellera azabache y sonrisa
confiada. Aquel rostro, en el que los rasgos del muchacho aparecían
difuminados por el resplandor plateado de la Luna, le resultaba
vagamente familiar, mas no sabía por qué, en sus catorce años de
vida jamás había abandonado su pequeño pueblo y que ella recordara
esta era la primera vez que el Circo visitaba su hogar.
A punto estaba de
guardar en los bolsillos de su abrigo la entrada, cuando algo en el
reverso de esta, llamó su atención, escrito en tinta roja, algo
borroso, y con una pulcra caligrafía, que le recordó bastante a la
suya propia, había escrito un nombre y a pesar del desgaste
producido por el pasar de los años, sus letras aun se encontraban
nítidas.
-William... -
susurró acariciando con la yema de los dedos el arrugado trozo de
papel.
Unos pasos a sus
espaldas la alertaron, por lo que rápidamente guardo la entrada y se
giró.
De pie, tras ella,
una anciana muy anciana, con la cara completamente arrugada al igual
que sus viejas manos la observaba con cierta repulsión por su único
ojo bueno. Llevaba puesto un ancho y sencillo vestido negro que
cubría por completo su frágil y débil figura, apenas llegaría al
metro y medio de altura, pues se encontraba encorvada, y necesitaba
de la ayuda de un delicado bastón de madera para caminar; sus
encanecidos y escasos cabellos los llevaba sujetos en un moño bajo
del que se escapaban algunos mechones que se le rizaban tras las
orejas.
Se acercó mas a
Rose, su bastón rechinó contra el duro suelo de piedra, se le
notaba cierta dificultad al andar, ya que se movía arrastrando los
pies.
- Maldita...estás
maldita niña... - sus palabras hicieron a Rose estremecerse. Dio un
paso atrás. Aquella señora le producía temor, la mirada de rencor
que le dirigía, harían al más valiente huir despavorido. Intentó
dar otro paso atrás para alejarse de la anciana, pero le fue
imposible, ya que está entreviendo sus intenciones, la agarró del
brazo. Sus uñas se clavaron en la muñeca de Rose – Desde el
principio... todos los sabíamos... ella también lo sabía... y no
hizo nada... – Rose sintió decenas de miradas clavadas en su
nuca. Miró a su alrededor. Todos los vecinos de la zona, la
observaban desde sus ventanas. Algunos con odio, otros con miedo,
algunos pocos con alivio. Y entonces Rose no aguantó mas. Se zafó
con facilidad del agarre de la anciana y salió corriendo tan rápido
como sus piernas le dieron de si. ¿Hacia dónde? Ni ella misma lo
sabía, pero tampoco importaba, solo necesitaba alejarse de todas
las miradas de la gente. Nunca le había gustado ser el centro de
atención, y esta vez no sería una excepción.
Cuando al fin noto
que las piernas le empezaban a fallar, paró de correr, tras haber
recorrido más de la mitad del pueblo corriendo, había llegado a una
pequeña plaza al Sur de Gray Forest.
La plaza estaba
desértica, como siempre,la gente solía rehuirla por su proximidad
al bosque, del que se contaban mil y una historias, pocas de ellas
con final feliz. Se dejó caer sobre uno de los destartalados bancos
madera y se limito a observar como el agua caía sumisa en la pequeña
y sencilla fuente de mármol blanco que adornaba el centro de la
plaza.
Recordó su
infancia, su madre solía traerla a esa misma plaza. Le gustaban los
lugares tranquilos, donde poder hablar sin verse interrumpidos por
otras cientos de voces hablando a la vez. Se sentaba al pie de la
fuente, con Rose sobre sus piernas, y le contaba una a una las
leyendas del bosque. Rose se las sabía todas de memoria, y aun así
ella y su madre eran las únicas personas del pueblo a las que no les
atemorizaba internarse en el bosque. Ambas solían dar largos paseos
para recoger flores y oír los dulces cantos de los pájaros. Y
después, tras su pérdida, Rose seguía disfrutando los paseos.
Cuando estaba en el bosque una sensación de plenitud y familiaridad
la embriagaba, se sentía a gusto allí. Echaba de menos a su madre,
muchísimo. A ella, y a sus historias. Le encantaba escucharla
hablar, y su interminable paciencia para contarle una y otra vez su
historia favorita del bosque, que trataba sobre dos jóvenes amantes,
que únicamente podían profesarse su amor en el bosque, pues el
padre de ella, ya la había comprometido con un joven de buena
familia: ambos jóvenes decidieron una noche escapar, en la entrada
del bosque debían reunirse, mas ella nunca llegó. La esperó toda
la noche, pero no apareció. Preocupado el joven, a su casa la fue a
buscar y allí, la terrible noticia recibió. En sus intento de huir
la pasada noche, por su padre fue descubierta, y este encolerizado,
bajo llave en su cuarto la encerró. Ella, desesperada por escapar,
ató todas sus sábanas y por la ventana las arrojó, y a modo de
soga estas utilizó. Pero la desdicha acompañaba a la joven aquella
noche, y una de las sábanas ante su peso cedió, llevándose consigo
la vida de la joven enamorada.
El chico impotente,
roto por dentro, y con el corazón destrozado en mil fragmentos, fue
a llorar sus penas al bosque una noche de luna llena.
El joven con sus
lamentos consiguió ablandar el corazón de la Luna, que junto al
Bosque, le ofrecieron al muchacho la posibilidad de poder encontrarse
otra vez con su amada, y este desesperado aceptó sin pensarlo, pues
no sabía lo que eso suponía.
Una vez cada cien
años, su amada renacería en algún lugar del mundo, y si él
llegara a encontrarla, ambos podrían disfrutar como antaño. Pero
hasta entonces, él debería vagar por el mundo, sin poder quedarse
quedarse durante mucho tiempo en el mismo lugar. Condenado a vagar
eternamente a esta encontrar a su amada.
Rose sacó la la
entrada del bolsillo, la actuación era esta noche, de eso estaba
segura, pero en la entrada no aparecía ni la hora ni el lugar,
aunque este último se podía suponer, un hombre gordo de gran
estatura y con un espeso bigote puntiagudo había estado pregonándolo
durante todo el desfile, en el Bosque.
Dirigió su mirada
al cielo, el azul ya estaba empezando a adquirir matices más
oscuros, y pequeños puntos brillantes empezaban ya a aparecer para
hacer así compañía a la luna llena, que presidía el anochecer
desde su posición privilegiada.
Quería ir. Iba a
ir. Pero sin saber por qué, esto le producía una cierta sensación
de inquietud. No entendía el horror de la gente ante aquel
espectáculo, y mucho menos entendía como aquella extraña mujer
conocía su nombre, y recordar sus palabras hacía que la piel se le
erizase. La pelirroja había mencionado que el Maestro la esperaba,
pero seguramente se había equivocado de persona, no podía ser a
ella a quien buscaba puesto que no conocía a ningún “Maestro”,
pero a pesar de ser consciente de la posible equivocación, se sentía
totalmente emocionada ante la idea asistir a la actuación.
Se levantó del
viejo banco, se apartó su cabello castaño de los ojos y con la
entrada todavía entre sus manos, hundió la nariz en su cálido
abrigo y emprendió el camino hacia el bosque.
Poco a poco el
paisaje a su alrededor fue cambiando, el suelo de dura y fría piedra
gris fue lentamente sustituido por la tierra suave y húmeda del
bosque. Avanzaba despacio entre los álamos de grisácea corteza.
Solo había un lugar en el bosque en el que pudiera asentarse un
circo, y ahí era hacia donde se dirigía, un amplio claro junto al
río.
Oía las hojas
caídas crujir bajo sus pies, y los rayos de luna que se filtraban de
espeso follaje, le aportaban una visibilidad perfecta, aunque no la
necesitara, pues parecía que el bosque propio le mostrara el camino,
incitándola a continuar. Pronto, el viento arrastró hasta sus oídos
el alegre murmullo de la música circense. Se estaba acercando. Se le
secaron los labios, el corazón le latía desbocado en el pecho.
Los árboles fueron
desapareciendo, para dar paso al gran claro del bosque, y justo en el
centro de este, el circo había posado su carpa, y a su lado el río
seguía su curso impasible, reflejando a la luna en sus calmadas
aguas.
En la oscuridad de
la noche, Rose no sabría decir el color el exacto de la carpa, pero
tampoco importaba. Se acercó, apretujando la entrada en sus manos.
Paradas frente a la taquilla dos figuras parecían esperarla, pero la
distancia y la oscuridad le impedían distinguir al principio sus
facciones, pero conforme iba avanzando a paso tembloroso estas se
hicieron más claras. Eran la mujer del mono verde y cabellos de
fuego, y aquel hombre gordo del desfile; ambos tenían la mirada
clavada en ella y le sonreían con la misma risa forzada que ya había
visto antes y que le producía escalofríos.
- ¡Bienvenida,
bienvenida! - exclamó el bigotudo. En su cara mostraba una
expresión amable, pero sus ojos, negros como el carbón, al igual
que su bigote, provocaban en Rose la misma sensación de frialdad y
de vacío que la de su compañera allí presente. - ¡La estábamos
esperando, Señorita! ¡Pase, pase! - hablaba apresurado y con gran
entusiasmo, mientras la guiaba hacia el interior de carpa - ¡Oh!
¡Perdone mis descortesía! ¡Que maleducado he sido al no
presentarme! Discúlpame Señorita Rose, mi nombre es August, es un
placer conocerla al fin. ¡Venga Ilena, presentate tú también!
La contorsionista
que avanzaba un paso por detrás de ellos, sin cambiar en ningún
momento su expresión realizó una pequeña reverencia y se presentó.
- Siento no
haberme presentado antes en el desfile. Mi nombre es Ilena Makarov.
Me alegra que hayas venido Rose.
- Me presentaría yo también, pero al parecer, todos conocéis ya mi nombre.... - dijo con cierta desconfianza ante tales personajes.
August soltó una
estruendosa carcajada llevándose una mano a su prominente panza,
pero no dio explicación alguna.
La puerta de la
entrada del Circo llevaba a los visitantes a un pequeño pasillo muy
bien iluminado en cuyas paredes negras se encontraban colgados
múltiples carteles de diferentes actuaciones, algunos se veían
impecables, otros parecían tener ya varias décadas encima.
Llegaron al final
del pasillo, ante ellos se alzó una tupida cortina de seda de color
agua marina que separaba el pasillo de la pista principal del circo.
- Adelante
Señorita Rose, pase y tome asiento, el espectáculo está apunto de
comenzar – con una mano August le apató la cortina y con la otra
le indicó que pasara.
Ante Rose apareció
un enorme círculo de arena que supuso debía ser la pista. Miró
hacia atrás a la cortina, Ilena y August no la habían seguido. Así
que decidió tomar asiento,en el lugar donde deberían haber estado
las gradas para los asistentes, una única silla hacia acto de
presencia; tallada en madera oscura y tapizada en terciopelo rojo, su
respaldo era más alto que ella misma y tenía aspecto de ser muy
cómoda.
Al sentarse se
hundió entre el mullido asiento y se sintió flotar en una nube de
terciopelo rojo. Pasó la yema de los dedos por los reposabrazos de
madera, su tacto era agradable al contacto con su piel.
Al poco todos las
luces se apagaron, haciendo sobresaltar a Rose. Un único foco de luz
trazaba su haz justo en el centro de la pista, cuando de repente de
entre una nube de humo de matices rosados surgió August imponente;
se había cambiado de ropa, llevaba puesta una larga chaqueta roja
encima de una camisa a rayas blancas y negras.
Carraspeó antes de
empezar su enérgico discurso.
- ¡Bienvenidos
todos, al mayor, al más extraordinario, al inigualable Circo de la
Luna! - gritaba como si se dirigiera a un gran público, como si
cientos de personas le estuvieran esperando – El espectáculo está
a punto de comenzar!¡Pónganse cómodos y prepárense para
disfrutar del más singular espectáculo que sus ojos jamás
contemplaran! - Y tal como había aparecido, se desvaneció en una
nube de humo rosa.
Una suave música
de flauta empezó a sonar, y a está se le sumaren otras, creando una
deliciosa armonía. Una luz surgió de entre las sombras. Ilena,
llevando esta vez un mono blanco, se adentró en la pista avanzando
lenta y elegantemente. Movía su cuerpo al ritmo de la música,
parecía flotar, como si sus pies no tocaran el suelo, y pronto no lo
hicieron, como si una fuerza divina la ayudara Ilena se alzó hacia
los aires mientras continuaba danzando al compás de las flautas. Sus
cabellos parecían estallar en llamas y su traje desprendía reflejos
plateados que iluminaban la pista. Rose se sintió en el interior de
un cuento, en esos momentos Ilena le recordaba a las ninfas de una de
las historias que su madre le contaba.
La música cambió
de ritmo e Ilena se precipitó hacia el suelo aterrizando con
gracilidad, miró a sus lados, como si estuviera asustado por el
cambió repentino, y entonces, una oleada de colores inundó la
pista, todas las estrellas de la función hicieron su aparición una
tras otras, acróbatas, malabaristas, equilibristas,
contorsionistas, payasos y lo mas extravagantes animales desfilaron
ante sus ojos, creando la ilusión de estar dentro de un sueño,
parecía un pedazo de magia materializándose ante sus ojos. Los
colores, las luces, la música, la embriagaban.
Pero todos los
sueños acaban, y no puedes hacer nada para evitarlo, los artistas
abandonaron la pista y esta quedó vacía, a excepción de un
muchacho, en el que no había reparado hasta entonces. Era joven,
apenas tendría unos pocos años más que ella y tenía su vista fija
en ella, y le sonreía, le sonreía de verdad, no como esas sonrisas
forzadas que ya había visto antes, y no supo como, pero le
reconoció, era el chico de la entrada, su cabello negro y su sonrisa
eran inconfundibles, pero no solo era eso, algo dentro de ella le
gritaba su nombre.
- William... -
no creyó que el joven pudiese oírla, pero este pareció complacido
al escucharla pronunciar su nombre.
Y entonces, la
magia de verdad comenzó. El joven se deshizo en una marea de palomas
blancas como la nieve, y cuando Rose se quiso dar cuenta, este había
aparecido justo delante suya, tendiéndole la mano. Sus ojos eran
como dos grandes lunas y estaban llenos de vitalidad. Rose aceptó la
mano que le tendía gustosa, y en el momento en que sus dedos
hicieron contacto, el mundo a su alrededor se esfumó, se sintió
mareada, y todas las energías de su cuerpo la abandonaron, cayendo
así desmayada en brazos de aquel misterioso muchacho.
Le pesaban los
ojos, la habían recostado sobre una mullida superficie y cubierto
con una gruesa manta.
Abrió los ojos con
dificultad, encontrándose entonces con unos ojos grises que la
miraban alegres
- Al fin
despiertas... - William se encontraba sentado en una silla cercana.
-¿Qué ha pasado? - Rose se llevó una mano a la frente mientras se incorporaba.
- Recuerda...
Y en ese momento,
los recuerdos asaltaron su cabeza, pero no solo los recuerdos de esta
noche, recuerdos mucho más antiguos que su mente parecía haber
olvidado. Se vio a si misma y a William en el bosque, aunque este se
veía algo diferente, ambos se sonreían. Recordó la enfadada cara
de un hombre que le gritaba, y más tarde ese a ese mismo hombre
encerrándola sola en una habitación. Sintió la angustia y la
desesperación del momento entonces recordó la caída y ya no sintió
nada.
Un grito ahogado se
escapó de sus labios, William se acercó apresurado a intentar
calmarla.
- No pasa
nada... ya está todo bien...
Rose no podía
articular palabra, había recordado su propia muerte, ¿Cómo era eso
posible?
- Yo... yo... -
se miraba las manos horrorizada - ¿Estoy muerta...?
- No, no, para nada – susurró William dulcemente – Estas viva, más viva que nunca...
- ¿Qué es lo qué está pasando? No entiendo nada.... - hablaba para si misma, sin dejar de mirarse las manos, como si fueran la cosa más interesante del mundo.
- Shhh... no te preocupes, con el tiempo lo recordarás todo... ahora descansa – y delicadamente volvió a recostarla sobre la cama.
- Pero... ¿y ellos?
- ¿Ellos quién? - Rose notó la confusión en los ojos del joven.
- Ilena, August... y los demás artistas, yo... creó que se quien eres, y quién soy yo... pero ellos...
- Sigues igual que antes, Rose – el corazón le dio un vuelco al oírlo pronunciar su nombre de aquella manera – No te preocupes por ellos tampoco, pronto serán libres de volver a sus hogares...
- Pero...
William le puso un
dedo sobre la boca para hacerla callar, y poco a poco sus ojos se
fueron cerrando, estaba demasiada cansada, entendía poco, pero su
cuerpo necesitaba dormir.
Y si alguien por su luz ha sido atrapado
que rece
por el día en el que la joven con nombre de flor haya llegado
y así poder ser al fin liberado....
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¡Tadá! ¿Y qué os pareció? :)
Me lo decís en un comentario ¿ok?
- Kero-chan: ¡Venga sí, que no cuesta nada!