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lunes, 4 de junio de 2012

El Circo de la Luna

¡Hola! Tal y como prometí en la anterior entrada, voy a publicar aquí una historia, con la que por cierto, gané el concurso de "Fábrica de Historias" de Marzo y Abril del blog Plumas de Tinta















(M.Nazaret es mi anterior nick de blogger, pero mi antiguo blog no me gustaba ya, así que con este quise empezar desde cero)










Y ahora, sin más dilación... ¡A leer! :)

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Madres y padres apresuraos
a vuestros hijos e hijas esconded
bajo llave encerradlos y no les dejéis escuchar
que el Circo ya ha llegado
y en lo profundo del bosque sus carpas han posado...

Aun no conseguía entender el revuelo que ante sus ojos marrones se alzaba. Parada en medio de la acera, con su bufanda agitándose por el húmedo viento de Septiembre, y el frío colándosele por los agujeros de su gorro de lana observaba con curiosidad como el color monótono y sombrío de la calle se veía sustituido por una gran explosión de colores brillantes y llamativos, una música vivaz llegaba a sus oídos con intensidad; trompetas, flautas y tambores creaban en conjunto una armonía que invitaba incluso a los muertos a alzarse de sus tumbas y ponerse a bailar rebosantes de vida y de alegría junto a todos aquellos artistas que, vestidos con los trajes más extravagantes que podáis imaginar, anunciaban a voces su llegada.

- ¡Vengan todos! ¡Acérquense! ¡El Gran y Maravilloso Circo de la Luna ha llegado a la ciudad! ¡Esta noche, en el bosque! ¡Venid y disfrutad del más irreal y fantástico espectáculo que vuestros ojos jamás observarán!

Mas esa alegría no parecía contagiar a todos los espectadores de aquella cabalgata que avanzaba lenta y exultante por las tranquilas calles del pacífico pueblo de Gray Forest.
Las personas que junto a ella se habían detenido a observar aquel curioso espectáculo mostraban en sus pálidos rostros la más pura expresión de terror que jamás ella recordara haber visto grabada en la cara de alguien, sus facciones se contraían cada vez más conforme el Circo seguía su recorrido impasible a las reacciones que provocaba a su paso.
Por el contrario los niños allí presentes admiraban maravillados a aquel hombre rechoncho, de pequeña estatura y con un gran y espeso bigote negro adornando su redonda y morena cara, que traía tras de sí un séquito de contorsionistas, payasos, traga sables y demás personajes de lo más variopintos.

- ¿Podemos ir, mamá?¿Podemos? - preguntaban suplicantes, con ojos ilusionados.

La mueca de horror de sus madres ante tales palabras era indescriptible, y como respuesta a sus preguntas los niños se veían arrastrados por sus madres, padres o hermanos mayores hasta el interior de sus casas con paso apresurado. Y así, poco a poco la calle se fue quedando vacía, salvo por el infatigable Circo, y ella, que, como no tenía a nadie que la llevara a casa corriendo tapándole los ojos y las orejas no pudo hacer otra cosa que mirar absorta como los malabaristas pasaban por delante de ella, lanzando al aire y recogiendo sin parar varias antorchas en llamas, que provocaban en sus rostros reflejos anaranjados.
Dio un paso atrás, temiendo que una de esas antorchas pudiera resbalárseles de las manos y acabara sobre ella.
Uno de sus largos mechones castaños se le fue a la cara a causa del viento, intentó apartárselo, pero se lo impidieron unas pequeñas y frágiles manos que con fingida delicadeza se lo colocaron tras la oreja.
La mujer que se encontraba ante ella le sacaba apenas unos pocos centímetros, una nube de rizos rojos como el fuego enmarcaban un rostro fino y lleno de pecas que le daba a la joven mujer un aire infantil, llevaba los labios pintados de rojo sangre, y estos estaban arqueados formando una sonrisa demasiado forzada, como si alguien la estuviera obligando a sonreir tirando de ambos lados de su cara, resultaba siniestro, y sus ojos verdes, rodeados de una espesa capa de pestañas del mismo color que su cabello eran hermosos a primera vista, pero si profundizabas en ellos, te dabas cuenta de que algo faltaba, no había en ellos esa chispa de vida. Estaban opacos, vacíos. Sin vida. Como los ojos de una muñeca. Llevaba puesto un mono brillante de color verde como sus ojos, que se ajustaba perfectamente a su cuerpo, como si fuera una segunda piel. En la mano llevaba un papel que le tendió a la joven con una pequeña reverencia.

- Aquí tienes una entrada para nuestro espectáculo, mi querida Rose – la mujer tenía la voz muy aguda, casi como la de un niño y al hablar arrastraba mucho la “S”. A Rose le recordó al sonido que hace una serpiente, antes de devorar a su presa - El Maestro está deseando que presenciéis su actuación. Lleva esperándola mucho tiempo, señorita.

- Yo... ¿Cómo conocéis mi nombre? - la voz de Rose salió como un susurro, una exhalación, las palabras de la mujer la habían despertado del pequeño trance en el que se había visto sumida. Se fijó en la entrada que esta sostenía y la agarró con cuidado. Su mano temblaba, aunque no sabía si por el frío o por la extraña sensación de inquietud que esa mujer despertaba en ella.
La mujer de cabellos rojos como el mismo infierno y ojos de esmeralda haciendo caso omiso a la pregunta de la joven Rose empezó a alejarse de allí para seguir acompañando al resto de sus compañeros que ya avanzaban calle abajo, pero antes de marchar, le susurró algo al oído:

- Procura ser puntual. Al Maestro no le gusta que le hagan esperar. Y por ti ha estado esperando ya demasiado tiempo...

No entendía nada. Absolutamente nada. ¿Qué era lo que acababa de suceder? De pie, inmóvil, situada en el mismo lugar donde en un primer momento había sido atraída por la curiosidad, no pudo evitar detallar aquel desgastado trozo de papel que aferraba entre sus desnudas manos.
Su tacto era suave, tenía impreso en grandes letras doradas el nombre del circo, bajo las cuales la imagen de una preciosa luna llena se fundía con el rostro de un joven de alborotada cabellera azabache y sonrisa confiada. Aquel rostro, en el que los rasgos del muchacho aparecían difuminados por el resplandor plateado de la Luna, le resultaba vagamente familiar, mas no sabía por qué, en sus catorce años de vida jamás había abandonado su pequeño pueblo y que ella recordara esta era la primera vez que el Circo visitaba su hogar.
A punto estaba de guardar en los bolsillos de su abrigo la entrada, cuando algo en el reverso de esta, llamó su atención, escrito en tinta roja, algo borroso, y con una pulcra caligrafía, que le recordó bastante a la suya propia, había escrito un nombre y a pesar del desgaste producido por el pasar de los años, sus letras aun se encontraban nítidas.

-William... - susurró acariciando con la yema de los dedos el arrugado trozo de papel.

Unos pasos a sus espaldas la alertaron, por lo que rápidamente guardo la entrada y se giró.
De pie, tras ella, una anciana muy anciana, con la cara completamente arrugada al igual que sus viejas manos la observaba con cierta repulsión por su único ojo bueno. Llevaba puesto un ancho y sencillo vestido negro que cubría por completo su frágil y débil figura, apenas llegaría al metro y medio de altura, pues se encontraba encorvada, y necesitaba de la ayuda de un delicado bastón de madera para caminar; sus encanecidos y escasos cabellos los llevaba sujetos en un moño bajo del que se escapaban algunos mechones que se le rizaban tras las orejas.
Se acercó mas a Rose, su bastón rechinó contra el duro suelo de piedra, se le notaba cierta dificultad al andar, ya que se movía arrastrando los pies.

- Maldita...estás maldita niña... - sus palabras hicieron a Rose estremecerse. Dio un paso atrás. Aquella señora le producía temor, la mirada de rencor que le dirigía, harían al más valiente huir despavorido. Intentó dar otro paso atrás para alejarse de la anciana, pero le fue imposible, ya que está entreviendo sus intenciones, la agarró del brazo. Sus uñas se clavaron en la muñeca de Rose – Desde el principio... todos los sabíamos... ella también lo sabía... y no hizo nada... – Rose sintió decenas de miradas clavadas en su nuca. Miró a su alrededor. Todos los vecinos de la zona, la observaban desde sus ventanas. Algunos con odio, otros con miedo, algunos pocos con alivio. Y entonces Rose no aguantó mas. Se zafó con facilidad del agarre de la anciana y salió corriendo tan rápido como sus piernas le dieron de si. ¿Hacia dónde? Ni ella misma lo sabía, pero tampoco importaba, solo necesitaba alejarse de todas las miradas de la gente. Nunca le había gustado ser el centro de atención, y esta vez no sería una excepción.

Cuando al fin noto que las piernas le empezaban a fallar, paró de correr, tras haber recorrido más de la mitad del pueblo corriendo, había llegado a una pequeña plaza al Sur de Gray Forest.
La plaza estaba desértica, como siempre,la gente solía rehuirla por su proximidad al bosque, del que se contaban mil y una historias, pocas de ellas con final feliz. Se dejó caer sobre uno de los destartalados bancos madera y se limito a observar como el agua caía sumisa en la pequeña y sencilla fuente de mármol blanco que adornaba el centro de la plaza.
Recordó su infancia, su madre solía traerla a esa misma plaza. Le gustaban los lugares tranquilos, donde poder hablar sin verse interrumpidos por otras cientos de voces hablando a la vez. Se sentaba al pie de la fuente, con Rose sobre sus piernas, y le contaba una a una las leyendas del bosque. Rose se las sabía todas de memoria, y aun así ella y su madre eran las únicas personas del pueblo a las que no les atemorizaba internarse en el bosque. Ambas solían dar largos paseos para recoger flores y oír los dulces cantos de los pájaros. Y después, tras su pérdida, Rose seguía disfrutando los paseos. Cuando estaba en el bosque una sensación de plenitud y familiaridad la embriagaba, se sentía a gusto allí. Echaba de menos a su madre, muchísimo. A ella, y a sus historias. Le encantaba escucharla hablar, y su interminable paciencia para contarle una y otra vez su historia favorita del bosque, que trataba sobre dos jóvenes amantes, que únicamente podían profesarse su amor en el bosque, pues el padre de ella, ya la había comprometido con un joven de buena familia: ambos jóvenes decidieron una noche escapar, en la entrada del bosque debían reunirse, mas ella nunca llegó. La esperó toda la noche, pero no apareció. Preocupado el joven, a su casa la fue a buscar y allí, la terrible noticia recibió. En sus intento de huir la pasada noche, por su padre fue descubierta, y este encolerizado, bajo llave en su cuarto la encerró. Ella, desesperada por escapar, ató todas sus sábanas y por la ventana las arrojó, y a modo de soga estas utilizó. Pero la desdicha acompañaba a la joven aquella noche, y una de las sábanas ante su peso cedió, llevándose consigo la vida de la joven enamorada.
El chico impotente, roto por dentro, y con el corazón destrozado en mil fragmentos, fue a llorar sus penas al bosque una noche de luna llena.
El joven con sus lamentos consiguió ablandar el corazón de la Luna, que junto al Bosque, le ofrecieron al muchacho la posibilidad de poder encontrarse otra vez con su amada, y este desesperado aceptó sin pensarlo, pues no sabía lo que eso suponía.
Una vez cada cien años, su amada renacería en algún lugar del mundo, y si él llegara a encontrarla, ambos podrían disfrutar como antaño. Pero hasta entonces, él debería vagar por el mundo, sin poder quedarse quedarse durante mucho tiempo en el mismo lugar. Condenado a vagar eternamente a esta encontrar a su amada.

Rose sacó la la entrada del bolsillo, la actuación era esta noche, de eso estaba segura, pero en la entrada no aparecía ni la hora ni el lugar, aunque este último se podía suponer, un hombre gordo de gran estatura y con un espeso bigote puntiagudo había estado pregonándolo durante todo el desfile, en el Bosque.
Dirigió su mirada al cielo, el azul ya estaba empezando a adquirir matices más oscuros, y pequeños puntos brillantes empezaban ya a aparecer para hacer así compañía a la luna llena, que presidía el anochecer desde su posición privilegiada.

Quería ir. Iba a ir. Pero sin saber por qué, esto le producía una cierta sensación de inquietud. No entendía el horror de la gente ante aquel espectáculo, y mucho menos entendía como aquella extraña mujer conocía su nombre, y recordar sus palabras hacía que la piel se le erizase. La pelirroja había mencionado que el Maestro la esperaba, pero seguramente se había equivocado de persona, no podía ser a ella a quien buscaba puesto que no conocía a ningún “Maestro”, pero a pesar de ser consciente de la posible equivocación, se sentía totalmente emocionada ante la idea asistir a la actuación.
Se levantó del viejo banco, se apartó su cabello castaño de los ojos y con la entrada todavía entre sus manos, hundió la nariz en su cálido abrigo y emprendió el camino hacia el bosque.

Poco a poco el paisaje a su alrededor fue cambiando, el suelo de dura y fría piedra gris fue lentamente sustituido por la tierra suave y húmeda del bosque. Avanzaba despacio entre los álamos de grisácea corteza. Solo había un lugar en el bosque en el que pudiera asentarse un circo, y ahí era hacia donde se dirigía, un amplio claro junto al río.
Oía las hojas caídas crujir bajo sus pies, y los rayos de luna que se filtraban de espeso follaje, le aportaban una visibilidad perfecta, aunque no la necesitara, pues parecía que el bosque propio le mostrara el camino, incitándola a continuar. Pronto, el viento arrastró hasta sus oídos el alegre murmullo de la música circense. Se estaba acercando. Se le secaron los labios, el corazón le latía desbocado en el pecho.
Los árboles fueron desapareciendo, para dar paso al gran claro del bosque, y justo en el centro de este, el circo había posado su carpa, y a su lado el río seguía su curso impasible, reflejando a la luna en sus calmadas aguas.
En la oscuridad de la noche, Rose no sabría decir el color el exacto de la carpa, pero tampoco importaba. Se acercó, apretujando la entrada en sus manos. Paradas frente a la taquilla dos figuras parecían esperarla, pero la distancia y la oscuridad le impedían distinguir al principio sus facciones, pero conforme iba avanzando a paso tembloroso estas se hicieron más claras. Eran la mujer del mono verde y cabellos de fuego, y aquel hombre gordo del desfile; ambos tenían la mirada clavada en ella y le sonreían con la misma risa forzada que ya había visto antes y que le producía escalofríos.

- ¡Bienvenida, bienvenida! - exclamó el bigotudo. En su cara mostraba una expresión amable, pero sus ojos, negros como el carbón, al igual que su bigote, provocaban en Rose la misma sensación de frialdad y de vacío que la de su compañera allí presente. - ¡La estábamos esperando, Señorita! ¡Pase, pase! - hablaba apresurado y con gran entusiasmo, mientras la guiaba hacia el interior de carpa - ¡Oh! ¡Perdone mis descortesía! ¡Que maleducado he sido al no presentarme! Discúlpame Señorita Rose, mi nombre es August, es un placer conocerla al fin. ¡Venga Ilena, presentate tú también!

La contorsionista que avanzaba un paso por detrás de ellos, sin cambiar en ningún momento su expresión realizó una pequeña reverencia y se presentó.

- Siento no haberme presentado antes en el desfile. Mi nombre es Ilena Makarov. Me alegra que hayas venido Rose.

- Me presentaría yo también, pero al parecer, todos conocéis ya mi nombre.... - dijo con cierta desconfianza ante tales personajes.

August soltó una estruendosa carcajada llevándose una mano a su prominente panza, pero no dio explicación alguna.
La puerta de la entrada del Circo llevaba a los visitantes a un pequeño pasillo muy bien iluminado en cuyas paredes negras se encontraban colgados múltiples carteles de diferentes actuaciones, algunos se veían impecables, otros parecían tener ya varias décadas encima.
Llegaron al final del pasillo, ante ellos se alzó una tupida cortina de seda de color agua marina que separaba el pasillo de la pista principal del circo.

- Adelante Señorita Rose, pase y tome asiento, el espectáculo está apunto de comenzar – con una mano August le apató la cortina y con la otra le indicó que pasara.

Ante Rose apareció un enorme círculo de arena que supuso debía ser la pista. Miró hacia atrás a la cortina, Ilena y August no la habían seguido. Así que decidió tomar asiento,en el lugar donde deberían haber estado las gradas para los asistentes, una única silla hacia acto de presencia; tallada en madera oscura y tapizada en terciopelo rojo, su respaldo era más alto que ella misma y tenía aspecto de ser muy cómoda.
Al sentarse se hundió entre el mullido asiento y se sintió flotar en una nube de terciopelo rojo. Pasó la yema de los dedos por los reposabrazos de madera, su tacto era agradable al contacto con su piel.
Al poco todos las luces se apagaron, haciendo sobresaltar a Rose. Un único foco de luz trazaba su haz justo en el centro de la pista, cuando de repente de entre una nube de humo de matices rosados surgió August imponente; se había cambiado de ropa, llevaba puesta una larga chaqueta roja encima de una camisa a rayas blancas y negras.
Carraspeó antes de empezar su enérgico discurso.

- ¡Bienvenidos todos, al mayor, al más extraordinario, al inigualable Circo de la Luna! - gritaba como si se dirigiera a un gran público, como si cientos de personas le estuvieran esperando – El espectáculo está a punto de comenzar!¡Pónganse cómodos y prepárense para disfrutar del más singular espectáculo que sus ojos jamás contemplaran! - Y tal como había aparecido, se desvaneció en una nube de humo rosa.

Una suave música de flauta empezó a sonar, y a está se le sumaren otras, creando una deliciosa armonía. Una luz surgió de entre las sombras. Ilena, llevando esta vez un mono blanco, se adentró en la pista avanzando lenta y elegantemente. Movía su cuerpo al ritmo de la música, parecía flotar, como si sus pies no tocaran el suelo, y pronto no lo hicieron, como si una fuerza divina la ayudara Ilena se alzó hacia los aires mientras continuaba danzando al compás de las flautas. Sus cabellos parecían estallar en llamas y su traje desprendía reflejos plateados que iluminaban la pista. Rose se sintió en el interior de un cuento, en esos momentos Ilena le recordaba a las ninfas de una de las historias que su madre le contaba.
La música cambió de ritmo e Ilena se precipitó hacia el suelo aterrizando con gracilidad, miró a sus lados, como si estuviera asustado por el cambió repentino, y entonces, una oleada de colores inundó la pista, todas las estrellas de la función hicieron su aparición una tras otras, acróbatas, malabaristas, equilibristas, contorsionistas, payasos y lo mas extravagantes animales desfilaron ante sus ojos, creando la ilusión de estar dentro de un sueño, parecía un pedazo de magia materializándose ante sus ojos. Los colores, las luces, la música, la embriagaban.
Pero todos los sueños acaban, y no puedes hacer nada para evitarlo, los artistas abandonaron la pista y esta quedó vacía, a excepción de un muchacho, en el que no había reparado hasta entonces. Era joven, apenas tendría unos pocos años más que ella y tenía su vista fija en ella, y le sonreía, le sonreía de verdad, no como esas sonrisas forzadas que ya había visto antes, y no supo como, pero le reconoció, era el chico de la entrada, su cabello negro y su sonrisa eran inconfundibles, pero no solo era eso, algo dentro de ella le gritaba su nombre.

- William... - no creyó que el joven pudiese oírla, pero este pareció complacido al escucharla pronunciar su nombre.

Y entonces, la magia de verdad comenzó. El joven se deshizo en una marea de palomas blancas como la nieve, y cuando Rose se quiso dar cuenta, este había aparecido justo delante suya, tendiéndole la mano. Sus ojos eran como dos grandes lunas y estaban llenos de vitalidad. Rose aceptó la mano que le tendía gustosa, y en el momento en que sus dedos hicieron contacto, el mundo a su alrededor se esfumó, se sintió mareada, y todas las energías de su cuerpo la abandonaron, cayendo así desmayada en brazos de aquel misterioso muchacho.

Le pesaban los ojos, la habían recostado sobre una mullida superficie y cubierto con una gruesa manta.
Abrió los ojos con dificultad, encontrándose entonces con unos ojos grises que la miraban alegres

- Al fin despiertas... - William se encontraba sentado en una silla cercana.

-¿Qué ha pasado? - Rose se llevó una mano a la frente mientras se incorporaba.

- Recuerda...

Y en ese momento, los recuerdos asaltaron su cabeza, pero no solo los recuerdos de esta noche, recuerdos mucho más antiguos que su mente parecía haber olvidado. Se vio a si misma y a William en el bosque, aunque este se veía algo diferente, ambos se sonreían. Recordó la enfadada cara de un hombre que le gritaba, y más tarde ese a ese mismo hombre encerrándola sola en una habitación. Sintió la angustia y la desesperación del momento entonces recordó la caída y ya no sintió nada.
Un grito ahogado se escapó de sus labios, William se acercó apresurado a intentar calmarla.

- No pasa nada... ya está todo bien...

Rose no podía articular palabra, había recordado su propia muerte, ¿Cómo era eso posible?

- Yo... yo... - se miraba las manos horrorizada - ¿Estoy muerta...?

- No, no, para nada – susurró William dulcemente – Estas viva, más viva que nunca...

- ¿Qué es lo qué está pasando? No entiendo nada.... - hablaba para si misma, sin dejar de mirarse las manos, como si fueran la cosa más interesante del mundo.

- Shhh... no te preocupes, con el tiempo lo recordarás todo... ahora descansa – y delicadamente volvió a recostarla sobre la cama.

- Pero... ¿y ellos?

- ¿Ellos quién? - Rose notó la confusión en los ojos del joven.

 - Ilena, August... y los demás artistas, yo... creó que se quien eres, y quién soy yo... pero ellos...

- Sigues igual que antes, Rose – el corazón le dio un vuelco al oírlo pronunciar su nombre de aquella manera – No te preocupes por ellos tampoco, pronto serán libres de volver a sus hogares...

- Pero...

William le puso un dedo sobre la boca para hacerla callar, y poco a poco sus ojos se fueron cerrando, estaba demasiada cansada, entendía poco, pero su cuerpo necesitaba dormir.




Y si alguien por su luz ha sido atrapado
que rece por el día en el que la joven con nombre de flor haya llegado
y así poder ser al fin liberado....

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¡Tadá! ¿Y qué os pareció? :)
Me lo decís en un comentario ¿ok?
- Kero-chan: ¡Venga sí, que no cuesta nada!



viernes, 25 de mayo de 2012

¡De nuevo por aquí!

¡Hola! Como ya dije en la primer entrada, en esta quiero explicar quien es Kero-chan antes de empezar subir entradas "de verdad" por decirles de alguna manera xD
Como podeis ver en mi perfil de blogger, soy una amante de los unicornios (se que sueña raro... xD pero así soy yo) y bueno, Kero es mi unicornio rosa imaginario jeje.
¿Cómo surgió Kero? Bueno, pues mientras paseaba tranquilamente por deviantArt  me encontré con el perfil del que pasaría a ser uno de mis artistas de dA, Sebreg , y más concretamente me encontré con este dibujo suyo, y me dije: ¡Joo! ¡Yo también quiero un unicornio que crea en mi! y en ese momento surgió Kero (como curiosidad os diré que Kero habla francés xDD), y lo que empezó como una simple tontería mia, ha llegado a ser muy conocido entre mis amigos ;) todo el mundo conode (de broma) al unicornio rosa de Sapphie que habla francés.
Seguramente alguno de los frikis (como yo^^) que lea el nombre de mi unirconio pensará en él, y si, bauticé a mi unicornio en honor a Kerberos xD







 Para explicaros de forma breve la relación que llevo con Kero-chan, creo que lo mejor es enseñaros esta imagen: 
S


Este es un dibujo que hice ultra-mega-rápido (de ahí que el unicornio tenga la pata del fondo que la que está en primer plano) sobre Kero en una muy aburrida tarde... xD


Y ya por último, para ir abriendo un poco el apetito, os voy a poner un pequeño adelanto sobre el prólogo de la historia que subiré en la próxima entrada :)


"Madres y padres apresuraos
a vuestros hijos e hijas esconded
bajo llave encerradlos y no les dejéis escuchar
que el Circo ya ha llegado
y en lo profundo del bosque sus carpas han posado..."